Cruzaron la calle y se dirigieron a la plaza de la estación, hablaron de todo lo verdaderamente importante.
Martín le explico algunos de los misterios de la vida, esos que son tan sencillos, tan simples, tan alejados de las pretensiones semánticas con las que la gente estúpida suele adornar el vacio. Es que los estúpidos,le dijo, son tan incapaces de sentir cualquier cosa que necesitan complicarlo todo para nunca descubrir la verdad que salta a la vista de cualquiera
En esos días el también le explico el lenguaje del amor y las tristezas, los sueños que nunca se cumplen, y en el medio de las noches en las que no podían parar de coger, pudo contarle aquellas pequeñas promesas por las que nunca podría traicionar a sus hermanos, ni a su madre, ni las ideas de aquel pibe que lo miraba detrás de la ventana en las noches más desesperantes
Que puedo decirles, Julia pudo entender que el amor no es cosa de contratos, de pagares, de "prepara la cena" o "Tengamos un hijo", el amor quizás es tan pequeño como la mujer del bar de la calle Sarandi invitando a comer a la chica de la calle que vende las estampitas de la virgen que la abandono, o como Martín mirándola con sus ojos tristes, diciéndole despacito un simple "Te quiero"
Martín le explico algunos de los misterios de la vida, esos que son tan sencillos, tan simples, tan alejados de las pretensiones semánticas con las que la gente estúpida suele adornar el vacio. Es que los estúpidos,le dijo, son tan incapaces de sentir cualquier cosa que necesitan complicarlo todo para nunca descubrir la verdad que salta a la vista de cualquiera
En esos días el también le explico el lenguaje del amor y las tristezas, los sueños que nunca se cumplen, y en el medio de las noches en las que no podían parar de coger, pudo contarle aquellas pequeñas promesas por las que nunca podría traicionar a sus hermanos, ni a su madre, ni las ideas de aquel pibe que lo miraba detrás de la ventana en las noches más desesperantes
Que puedo decirles, Julia pudo entender que el amor no es cosa de contratos, de pagares, de "prepara la cena" o "Tengamos un hijo", el amor quizás es tan pequeño como la mujer del bar de la calle Sarandi invitando a comer a la chica de la calle que vende las estampitas de la virgen que la abandono, o como Martín mirándola con sus ojos tristes, diciéndole despacito un simple "Te quiero"
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